Las escaleras de Chamartín

Desde la ventanilla de izquierda del Cercanía que iba a la universidad se veían caballos, y, al fondo, la Sierra. Había una curva hacia la derecha, donde las vías pasaban entre unas casas en ruinas, y luego el tren seguía para entrar en el semi túnel de llegada al andén de la Uni. Detrás de los caballos nada, la sierra, de verdad que nada más, un par de árboles quizás, pero ella no distinguía ni una aldea, y era como si, salidos de Chamartín, Madrid desapareciera del todo para quedarse atrapada atrás, y la UAM siguiera en una burbuja de hormigón armado y recuerdos.

Tenía cercanía directo desde su casa a la UAM, y nunca bajaba en Chamartín. Porque, ¿para qué? Nunca salía en tren de Chamartín hacia ningún lugar y su vida gravitaba entre la realidad paralela de la UAM y el centro-sur de la ciudad, que ahora es hipstereo gentrificado total pero en aquel entonces solo había escombros de la M30 y ningún parque a dónde ir para besarles a tus parejas por la noche o fumar porros ni mucho menos para ir a hacer deporte. Pero aquel día sí bajó en Chamartín, porque le había dado de ir con la diez de allí hasta Tribunal, dónde había quedado y dónde quería llegar lo más tarde posible. Fue la primera vez que la vio de verdad, y la sensación de estar viviendo en la capital todo lo que había querido estar viviendo durante años fue patéticamente abrumadora. Era tan joven. Eso se lo dijo un hombre portugués amigo de una amiga unos años después cruzando Milán por la noche juntos. Lo dijo con una ternura y una melancolía en la voz que ella estuvo a punto de llorar allí mismo en el tramvía y decirle que él tampoco era mayor y quizás podía ser buena idea ir juntos directamente hasta el fin del mundo y besarse todo el tiempo que tardarían en llegar. Pero no lo hizo, primero porque su amiga se estaba tirando al tío y no era muy poliamorosa la niña, y, mucho más importante, porque aún no tenía la valentía de decir todo lo que le cruzaba el cerebro sin miedos a herirle el corazón a los demás. Eso se lo enseñó otros años más tarde otro hombre del sur, quien la atrajo a sí como un puto imán mexicano de corazones a una nevera porque se parecía a Joaquin Phoenix y estaba como una cabra y ella no pudo resistirse. Por suerte se fue a otro país justo a tiempo para que él solo le apareciera en los sueños de vez en cuando y nada más.

Pero allí en Madrid, mucho tiempo antes que todo esto ocurriera, fue totalmente otra cosa. De repente en los cascos empezó Ladies and gentlemen we are floating in space y la sinéstesia se produjo así PUM! en un momento. La escalera mecánica de Chamartín la llevaba abajo mientras poco a poco la música subía y era como estar en una pecera, pues los peldaños de metal estaban allí suspendidos en el aire y en la pared había una cascada de luces intermitentes azules que la hipnotizaban y no podía mirar nada más. Iba de camino a romperle el corazón a una persona maravillosa a la que desafortunadamente ya no quería como antes, y no sabía muy bien como hacerlo. Hacer tiempo, tejer palabras, cortar lazos.

La ciudad estaba repleta de pólines y la gente se pasaba el día estornudando; los putos ratones blancos de los álamos estaban por todas partes y podías patearlos en las esquinas de las calles como pelotas o comértelos como algodón de azucar nada más abrir la boca, tantos eran. El metro sin embargo estaba a salvo de esa guarrada, la plaga no había llegado hasta allí, y ella tenía la sensación que a esta hora más inútil del día, las cuatro de la tarde, cuando en los comedores ya no sirven comidas y por supuesto las tiendas se echan la siesta, el metro acogiera a los pobres desafortunados alérgicos a los álamos y a quien quisiera un poco de tranquilidad para pensar. En el andén de hecho solo había unas quince personas más: ocho mayores de edad, todos yendo en pareja para matarle el corazón a ella, un hombre en traje con una carpeta y cara de aburrido de la vida, y unos cuantos estudiantes en uniforme. Al subir al tren este también resultó semi-vacío, silencioso y seguro. La canción se estaba acabando, y la cosa que más sentido le pareció tener que hacer fue no ir a la cita y quedarse en aquel Madrid subterráneo for ever. Justo eso, nunca había sido tan sencillo. No bajó de la Línea 10 hasta el final del trayecto y por supuesto no llegó a la cita cuando habría tenido. Ladies and Gentlemen we are floating in space desde entonces mantuvo su liderazgo en eterno para ser la mejor banda sonora para acompañarla en el momento azul este en el que se te destrozan los sueños de amor post adolescentes, que siempre tendrás cuando te enamoras, mientras juntas ideas sobre como aplastárselos a otra persona. Sin entender en absoluto el sentido de la canción que declara justo lo contrario, salió del metro para quedarse en el Madrid de arriba para siempre.

 

 

Foto: l’amour toujours, Cuenca, abril 2019

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